jueves, 20 de agosto de 2020

La cosa es así

La cosa es así:
Que vos sientas que estás dando todo,
no significa
que tu pareja sienta que estás dando todo.

Lo fundamental es,
siempre, el diálogo.

martes, 18 de agosto de 2020

puede acabar

he intentado más de una vez dibujar tu
rostro, tu silueta o el camino
de tus labios finos

he intentado describirte muchas veces
describiendo emociones,
paisajes, colores

y nada te abarca, vida
porque eres eso vida: vida,
que puede acabar

nada te abarca , mi cielo
y es que tu eres el mundo,
que puede acabar

y porque puede acabar,
como eres aquí el mundo,
el cielo y mi vida:

          te respeto
          te honro,
          te amo

lunes, 10 de agosto de 2020

El tesoro enterrado de Valle Puku

Tres figuras avanzan a la vera del arroyo sin proyectar sombra más allá de sus pies; la delgadez no les impide caminar con rapidez e intentar sacarse sonrisas continuamente, caminan y se bromean. Son hermanas, dos muchachas y un joven, el menor. Están desandando un camino que hicieron años atrás, sumándose al éxodo de la patria.

 

- ¡Estamos llegando! –exclama el joven apuntando a un claro con la tacuara que usa de bastón.

- No puedo creerlo –responde una de las hermanas

- Realmente es increíble, después de tanto tiempo –señala María, la siguiente.

 

Se encuentran con que la casa no está ocupada como el resto de la ciudad, pero fue destruida. Los invasores sabían que las familias enterraron sus joyas y cosas de valor antes de abandonar las ciudades, y no era difícil adivinar cuáles eran -o habían sido- las de mejor condición económica. En este caso, se llevaron todas las sillas talladas, y hasta el kambuchi de la entrada fue sableado por su falta de agua.

 

Ninguna comenta nada mientras mira el piso, buscando nadie sabe qué. La parralera está sin frutos y las pocas hojas verdes que le quedan apenas dan sombra al suelo castigado. Todo el patio y los alrededores fueron cavados, removidos en busca de objetos de valor. En el único lugar que no tiene un hoyo de tierra, ahí se arrodillan las hermanas Servín y empiezan una última perforación al suelo.

 

Cuando el pozo tiene cierta profundidad, dejan la tacuara con punta que usan de pala para avanzar con su excavación a mano, ahora con más cuidado pero con la misma energía con la que empezaron. No temen ensuciarse las manos, sacan la tierra por puños. Una de ellas hasta se hace un corte, pero no lo nota.

 

María llega primero, siente la madera y aunque la felicidad le da una cosquilla desde la boca del estómago para afuera, su primera reacción es soltar unas lágrimas y abrazar a su hermana, que responde en emoción y con el mismo llanto. Son lágrimas de felicidad, han encontrado su tesoro familiar, aquel que los invasores no encontraron.

 

-          Déjenme ayudar –dice el varón en ese momento.

 

Eduardo, que así se llama el joven, se suma entonces a la tarea y se encarga de sacar la caja de madera, convertida en improvisado cofre pocos días después de que el vicepresidente Sánchez hiciera la más temida comunicación: el ejército aliado se acercaba y Luque debía desocuparse. En aquel entonces era solo un niño, y tener que huir fue una tristeza inexplicable.

 

La caja está dañada por la humedad, ha pasado enterrada mucho tiempo. Tanto él como sus hermanas, si bien no lo expresan, sienten un remolino de emociones. Destapar el cofre podría significar el cierre del terrible ciclo o una rememoración total de la lastimera historia reciente: despojo, persecución y pérdida de vidas, como las de su padre y otros hermanos.

 

El joven corta unas ramas de jazmín del Paraguay y las utiliza como plumero para sacudir la tierra roja de la caja, las mueve de izquierda a derecha repetidamente para dar tiempo a sus hermanas de soltarse. No quiere ser él quien dé el paso. Las otras dan acuse del mensaje, se sueltan, se acomodan las polleras y dan un gran suspiro para mirarlo y decir:

 

-          Hagámoslo.

 

Las hermanas abren la caja, e inmediatamente son invadidas por una paz que se les hace pesada en el pecho y mandan afuera de él con una alabanza, pues la sagrada imagen de Nuestra Señora de las Mercedes está casi intacta; con el rostro algo deteriorado, pero intacta. En ese mar de miseria, la imagen se convierte en tabla de náufrago para las hermanas.

 

- El rostro está dañado, quizás triste porque perdimos la guerra -sentencia Eduardo.

- Todavía no la hemos perdido -responden a coro las hermanas, quienes asumen como un milagro que toda la propiedad se haya removido para dar con oro y plata, y entre las joyas y candelabros de la iglesia familiar no se hayan llevado la imagen.

 

Pero su hermano no entiende eso. En su pecho siente el dolor que su patria, su casa fuera saqueada. La santa imagen no le produce lo mismo que a sus hermanas, a él le recuerda, con el dolor de un golpe, los mejores años de su infancia -enviada tan lejos por los cañones- la sombre de la parralera, el aire freso del vecino Yukyry, a su madre y a su máximo héroe, aún más grande que el propio Mariscal, su padre, muerto como el otro en Cerro Cora.

 

- Hemos perdido –insiste el joven. No porque quiera contrariar a sus hermanas, sino porque de verdad lo siente.

- No hemos escapado de nada –se le responde-, cumplimos el mandato natural de los paraguayos, el de vencer o morir, y si ahora podemos pararnos aquí es porque hemos vencido.

- ¿Vencido qué, penurias? Papá y nuestros hermanos están muertos, aquí la casa destruida, y por ahí los macacos rondando. Hemos perdido la guerra.

- ¡Es que la guerra no ha terminado, entiende! Los cañones están en silencio porque quieren descansar un rato, anduvieron despiertos 5 años. Pero pueden despertar. Todo esto fue solo una batalla, y la batalla final es la empieza ahora, la decisiva.

 

Pensar que queda una batalla anima a Eduardo, mal apurado en la mente por la rabia ante tantas injusticias: pensar en venganza le hace alzar la mirada y preguntar cuál es esa batalla que queda.

 

- La de reconstrucción –le responde la mayor.

- A ellos no les importa ni les importó nunca el Paraguay –siguió María mientras acariciaba el cabello descuidado de la Virgen- si no, hubiesen encontrado este tesoro. No sé si la hubieran destruido o secuestrado, pero ella no se dejó ver.

- ¿Qué tiene que ver la imagen? –pregunta el joven Servín.

- Tiene que ver con que sabemos de dónde vino, y desde que llegó ha hecho cosas buenas, como crear una comunidad.

 

Como sabe que la furia es un caballo sin bridas, y su hermano aún no reacciona, la hermana mayor continúa su exposición:

 

- Esta imagen vino en el barco Santa María, en el mismo viaje que la madame Lynch, por cierto. Nuestro hermano Rufino siempre fue el práctico de ese barco y la trajo de Europa motivado por los sentimientos piadosos que papá le inculcó. Llegó a casa el mismo año que tú. Era solo el busto y papá se encargo de encontrar al mejor carpintero del valle para que le completara el cuerpo. Desde entonces, nuestra puerta estuvo abierta para recibir a vecinos con quien compartir la devoción a Nuestra Señora de las Mercedes, que ha sabido responder a nuestros afectos y nos tiene juntos, vivos.

- Eso lo que decía papá –reaccionó Eduardo- debemos recordar nuestras raíces y honrar a nuestros antepasados. Saber de dónde venimos, y hacia dónde debemos ir.

- Así es –respondió la hermana mayor sujetándole el rostro con una mano, viéndolo con maternal amor.

- ¿Es por eso que dices lo de la guerra, verdad?

- Sí hermano. La batalla final empieza ahora. Se llevaron las cosas materiales pero no lo que somos, somos fe y esperanza, somos unidad. ¡Eso somos los paraguayos! Ahora debemos resistir, debemos recordar lo que pasó, tenemos que cuidar nuestro idioma, nuestras costumbres y nuestra forma de ser. Eso lo que los aliados querían aniquilar, pero juramos con nuestra madre Virgen Santa de la Merced de testigo, que las hermanas Servín no lo permitiremos. Pondremos nuestra parte, no decaeremos. La verdadera invasión es la se prepara ahora, y es ahora que hay que resistir.

- Hay mucho por hacer, hermanas.

 

La familia se funde en un abrazo mientras el sol avanza camino al horizonte. Luego ordenan la galería de la casa y preparan un altar que da al camino que llega a la casa. Como sus padres les enseñaron, dejarán las puertas de la casa abiertas para quien lo necesite.

 

Esa noche, último sábado del otoño de 1870, luego de asearse y compartir la improvisada cena, los Servín encierran con un semicírculo a la patrona de la comunidad y rezan el rosario. Cada quien un misterio gozoso. Luego se duermen a sus pies, después de mucho tiempo, sin miedo y con la esperanza de un mañana.


 * * *

 

Los meses pasan y la casa está reparada. El color y los aromas del jardín anuncian la llegada de la primavera. La familia Servín y toda la comunidad está contenta porque la imagen de la Virgen “de la mercé” ha vuelto de Tobatí, donde un anciano artesano la ha restaurado. Tanto amor se dedicó al trabajo y tan esperada fue ella que, desde que la descubrieron, nadie dudó de que ese rostro santo era el de la misma Virgen María.

 

* * *

 

Tiempo después, la comunidad se levanta de nuevo en torno a la capilla familiar. Devoción y comunidad crecen, al punto que la imagen migra a una nueva casa, más grande, en donde las hermanas Servín siguen siendo sus cuidadoras. Eduardo, a su vez, se convierte en un adulto trabajador y solidario, vecino conocido y querido en la comunidad de Valle Puku.

 

Los argentinos se van primero, los brasileros después. Se agradece esta liberación a la Virgen de las Mercedes, que intercede por los presos. Se le canta y ora en castellano y también en guaraní. El Paraguay puede de nuevo ser dueño de sí mismo.

 

Unas manos callosas se tomas entre sí, dos mujeres y un hombre. Sonriendo, alguien exclama:


           - Hermanas, ustedes siempre tuvieron la razón. Hemos ganado la guerra.