jueves, 2 de julio de 2020

San Juan en Itakurubi

Cuando Renato llegó a Itacurubí de la Cordillera, en junio de 2001, lo primero que hizo fue quejarse del frío. Sus primos que lo recibieron le dijeron que no se queje, porque de lo contrario más adentro, hacia el Río Yhaguy, se congelaría el fin de semana. Renato frotó sus manos para calentarlas y sopló dentro de ellas, luego aclaró que hizo el comentario por el viaje solamente, y que estaba preparado para la diversión en familia.

Por la noche, Miguel y Manuel le contaron que las fiestas de San Juan “del interior” son diferentes a las fiestas que se hacen en Asunción, pero no menos espectaculares. Le hablaron de sus rituales de fuego y de que había actividades para todos los intereses. Renato abiertamente expresaba que nada podía sorprenderlo, pero que lo verdaderamente importante era que luego de mucho podían reunirse. Los hermanos tomaron como un desafío personal hacer inolvidable la fiesta para su primo.

En la mañana, los hermanos conversaban dando cuerpo a las ideas que tenía cada uno:

- Vamos a decirle a la comisión que los jóvenes nos encargaremos de preparar el pombero jepe’e, y vamos a hablar con Fulgencio para que asuste a Renato.
- ¿Eso no será muy atrevido ya, Miguel?
- Él dice que nada puede sorprenderlo. Vamos a ver si se anima a caminar por la chacra.
- No digo por Renato, digo por el karai.
- Miguel, ya estamos en el Siglo XXI. Hace mucho que ya no anda por acá el pombero.
- También, vamos a ver qué dice Fulgencio -titubeó la respuesta.

Al medio día, Renato y sus primos hablan más de lo que comen. Los hermanos ponen en marcha su plan:

- Primo, acá hay algo que no hay en Asunción, pero que solo con coraje puede verse.
La respuesta de Renato fue levantar una ceja.
- De verdad te digo -insistió Manuel- acá, en la noche de San Juan puede verse al pombero.
- Manuel, no quieras asustar a tu primo -“le retó” su mamá desde la cocina, y se volvió cómplice involuntaria del plan, pues esa frase interpeló al muchacho.
- Yo no le temo a nada y esta noche lo demostraré ¿Cómo es eso del pombero?

Los primos le contaron que en las fiestas tradicionales de San Juan, una sensación era jugar al pombero jepe’e. Le explicaron que al final de una chacra vecina al lugar de la fiesta se encendía una fogata, y el desafío era llegar a la misma, donde a veces podía verse, de espaldas, a un hombre en cuclillas, desnudo, y con el cuerpo totalmente pintado con carbón o barro. Esta persona representaba al pombero y su función era asustar a quien osara acercarse.

- O sea, es una suerte de “habitación del terror” rural -explicó Renato con gesto de satisfacción- Quieren asustar a uno por el camino. ¿Y qué gano cuando llego a la fogata?
- Además del respeto de la comunidad, quien llega al final puede recoger de al lado de la fogata, una caja de cigarillos, una petaca de caña pura, o algún frasco de miel -dijo Manuel, y agregó una explicación: Estos eran los productos que la gente le tributaba al pombero para ganar su amistad; se los dejaban por la tarde en agujeros de los árboles cercanos a las casas, donde ya no amanecían.

Miguel agregó que a veces los organizadores ponen 5 mil en las cajas de cigarrillos, y una vez hasta 50 mil. Valía el premio, el pombero jepe’e era una alegoría completa, aterrorizante. Más en esos retiros de la campaña, donde muchos ancianos siguen sin pronunciar el nombre del genio durante las noches, por temor a convocarlo.

La noche fue particularmente fría, pero el señor San Juan permite el fuego y nadie sentía los 10 grados que hacían. Aquí algunos chichos competían en esgrima teniendo como espadines pequeños atados de paja con fuego en las puntas. Allá los más grandes corrían tras una pelota tata esperando la salida del toro kandil. En un costado, los muchachos se mironeaban con  las chicas en un cortejo que despertaba en los pechos tantos fuegos como los de la plaza. Renato notó la mirada de Ana, y la mirada de ella pareció tener fuegos de artificio antes de bajarse. Se sonrojaron.

- Yo iré a buscar la fogata, pero no para mostrar el valor que tengo –Dijo Renato mirando a Ana, que ya no disimulaba su sonrisa- Sino que para traer y fumarme una caja de Marlborito, demasiado frío hace.
- ¡Eso! ¡Ese es mi gallo! ¡Trae también una petaca! -Le alentaron sus primos y otros amigos a la vez de hacerle sus pedidos.

Renato se apartó del grupo y entró a una chacra. La cruzó adentrándose al lugar en donde se pensó el Pombero jepe’e. Los ruidos de la fiesta, cada vez más atrás, fueron dando paso a un silencio, casi, casi sepulcral, se oía el correr del Yhaguy. Sintió el viento de junio mucho más frio que de costumbre debido a la cercanía de agua. El vuelo de una bandada de murciélagos le puso todos los pelos de punta. Estaba alerta pues sabía que querrían asustarlo, y aún así, el miedo que antes no estaba lo acarició pero no le impidió llegar a la fogata, de donde tomó dos cajas de cigarrillo y una petaca verde. Allí mismo tomó un trago de caña para mojar la garganta, calentarse y envalentonarse. Dio vuelta y empezó a salir.

En la plaza, las chicas rodeaban a Ana murmurando y riendo, ella se sonrojaba y bajaba la cabeza. Los muchachos, por su parte, sonreían victoriosos y contaban minutos para ver venir a Renato, blanco del susto, corriendo como condenado a muerte. Y de pronto, escucharon a Renato lanzar un grito de espanto en la chacra. A todos se les erizaron los pelos, pero enseguida se largaron a reír.

- ¿Quién hizo de karai? -Preguntó Ovidio a Manuel- ¡Cómo me hubiese gustado ver la cara de tu primo asunceno!
- Quedamos que iba a ser Fulgencio, le asustó bien grande parece.
- Y tiene luego una cara que le ayuda -Bromeó otro amigo.

Las risas iban en aumento, pero inmediatamente cesaron cuando vieron llegar a Fulgencio del lado opuesto a la chacra. Antes de que pudieran modular palabra alguna éste les dijo: “Gente, demasiado frió hace hoy. Vamos a suspender nomás esto del pombero jepe’e. De ninguna manera me pienso congelar sin remera al lado del río”.

Todos palidecieron. Recordaron que el Pombero no perdona el robo de su tabaco.

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