miércoles, 28 de octubre de 2020

La espera

Con los días, sucesivamente ha ido durmiendo menos, aunque no lo notan su cuerpo ni su mente. Sola en la casa, la mujer ha caminado en círculos tanto tiempo que la alfombra de la sala se ve como un sendero en medio del pasto. O como una trinchera, considerando que ese andar infinito en ese espacio tan finito es lo que la protege.

 Son las 21:00hs. Acaba de terminar el noticiero central, sin que ella haya escuchado algo, siguiera el pronóstico del tiempo al que suele ser tan adicta Empieza ahora un programa de distracción farandulero que se le hace mudo: ve en la pantalla a algunos comediantes y una modelo que ríen y gesticulan pero no los oye. No lo entiende.

 De pronto algo la saca del magacín: suena el teléfono y lo atiende con prontitud.

 -          Dime algo positivo, hija mía – pide.

 Escucha la respuesta moviendo la cabeza afirmativamente. Se despide con calma. Suspira. Vuelve a la caminata infinita.

 Son las 22:00hs. Sale de su círculo mágico para avanzar por otro sendero que ha ido formando sin querer: el que va a la cocina. Abre la heladera y la luz que se enciende la petrifica. Sus ojos se posan sobre un pollo horneado, perfectamente dorado y casi sin tocar, pero no lo nota. Lo que hizo fue una rutina: no busca nada, no ve nada, solo piensa, piensa más de lo que debería pensar.

 Cierra la puerta inferior y abre la del congelador, de donde toma un hielo. Piensa enfriar para tomar un jugo de pomelos, que en la tarde no tomó porque estaba muy frío, y luego quedó sin guardar. Coloca el hielo en la mesada y toma un cuchillo común. Quiebra el hielo de un golpe, pero en vez de seguir con la preparación da otro golpe, y luego otro y otro. El hielo se dispara destrozado por la mesada y el piso, y solo cuando el cuchillo le salta de las manos se deja caer al piso. Llora, llora desconsoladamente.

 A las 23:00hs piensa en cuánto llanto puede caber en una hora. Ya está calmada. Ha llorado, se ha limpiado y esta vez sí ha tomado el jugo de pomelo, 2 vasos bien fríos. Siempre en su sala, repara en la ventana grande que da a la calle. Siente que su alma fue tomando el ritmo de afuera, cada vez más calma, silenciosa y profunda. Inclusive la llovizna que empieza a caer.

 Decide rezar y opta por un rosario para poder aferrarse a algo material, como solía expresar: para sentir “a alguien” sosteniéndola de la mano. Confunde los misterios del día, lo que es entendible, pues ella misma confunde los días, está sin noción de ellos. El primer misterio lo completó bien, el segundo lo extendió unas aves María y los demás los juntó repitiendo la oración desordenadamente unas 60 veces. Los dedos no avanzaban sobre las cuentas, sino que se apretaban por ellas mientras el pulgar gastaba solamente una durante toda la plegaria.

 Su fe es menor a sus pensamientos, y es que piensa más de lo que debería pensar. Y lo que piensa ya no es ordenado. No da tregua a su mente y sus pensamientos se le presentan como visiones, unos invitándolo a jugar, otros a que se acueste un rato. No acepta ninguna oferta y espanta a quienes lo seducen prendiendo la radio. No escucha qué es lo que suena, pero deja de escucharse así misma por un rato y eso le gusta.

 Sabe que debe dormir, pero su cama es otra descuidada pretendiente. Algo teme, especialmente ese día. Se aprieta el pecho y suspira.

 Entonces, cerca ya de la media noche, la calma de esa noche de barrio tranquilo se quebranta con una serie de ladridos. Es miércoles o jueves, no suelen haber borrachos esos días. No los hay. Tampoco tienen ni aparecen en escena amigos de lo ajeno. Es raro, pero los perros no se detienen y los ladridos se hacen chillidos. Entiende que es un anuncio funesto y se santigua con el rosario aún liado en los dedos.

 El teléfono de la casa suena de nuevo, puntual a las 00:00hs, o quizás 1 minuto después. Un corazón contento pero con la voz llorosa la llama desde el hospital para contarle que su nieta ha salido de terapia intensiva, finalmente. Serán noticia por haber vencido al coronavirus. Nadie contesta y la joven piensa en que su madre se habrá quedado dormida y está descansando un rato, por fin, después de tan trágica semana. No insiste para no demorarse y volver junto a su hija.

  

El reloj avanza con su ritmo de carreta antigua, lo que no le impide marcar que son las tres de la madrugada. Afuera los perros siguen llorando. Adentro ya nadie esperará a las chicas cuando vuelvan del hospital.


No hay comentarios:

Publicar un comentario