cuéntaselo al río, que la llevará,
no al viento, que la esparcirá.
Obediente de mis mayores
(de los míos, de mi familia,
porque no confío en todos nosotros):
me acerqué al gran río y lo dije:
las mentiras ajenas son lanzas,
quisiera abrazarla, que es mi escudo.
El río se limpió, entonces,
de aceite y otras suciedades
para reflejarme tendiéndole mi mano.
Toqué el agua y fue como
depositar todo el mal, alejándolo,
perdiéndose en la corriente, río abajo.
Sentí que también me fui un poco,
hecho agua para ir a la fortaleza
y saludarla allá como brisa fresca.
Noviembre 2020
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