Pero, cuando el dolor es el pecho de alguien cercano, caemos en contradicciones, pasamos a ser nuestros enemigos pues tambalea la fe en los DDHH. "No lo merece" pensamos, apretando los puños.
La convicción sale de uno en forma de suspiros, mocos y lágrimas. Y entonces, la oscuridad nos acaricia los hombros, seductora. Nos susurra al oído que hagamos lo correcto, nos refuerza lo que sentimos: "alguien así no merece vivir"...
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