Este escrito
desordenado es para la gente
Desordenada que con
su vida entregada a la vida
Va re-ordenando el
mundo.
El primer grito: un
llanto que abre los pulmones.
El segundo: el
mundo violado casi por completo.
La vida puede ser
un grito inmenso,
Pero no cualquier
grito: un sapukái,
Que más que un
grito,
Es la voz de lo más
íntimo de
Nuestras entrañas,
algo profundo,
La voz fuerte de
todo nuestro ser.
Tienes que ser de
esta tierra para entenderlo.
Tienes que ser de la tierra para
lanzarlo.
Mucha gente ha simplemente gritado.
Otra en cambio, ha dado
un sapukái auténtico,
Ha sido hermana de
la tierra,
Ha sido compañera,
ha denunciado, ha sufrido,
Ha optado por la
posibilidad de la muerte
Para combatir por
la vida.
Ha dado un sapukái
sonoro.
Lo hizo un
Bartolomé de las Casas, un Atahualpa,
Una Anahí, un
Arambaré, Roque González, Alfonso y Juan
Monseñor Romero,
Che Guevara y Ali Primera.
Ni el fuego ni las
balas detuvieron su sapukái,
Ni el tiempo ni los
slogan’s detienen su eco.
Daniel Esquivel,
Agustín Goiburú,
Albino Amarilla,
Amilcar Oviedo,
Miguel A. Soler,
Juan Carlos D’Costa,
Mario Schearer,
Arturo Bernal, Ramón Pastor Bogarín,
Es una lista
anónima, extensa y honorable.
Tenemos a Sixto,
Miguel, Gregorio y a otros de las Ligas.
Existe un libro
(puto) y malvado que los registró
Y a otros tantos
buscando callarlos, pero no bastó.
Nunca podría
callarse a quien vive lo que dice.
Algunos, mientras
se hundían en las ciénagas,
Seguían
transpirando su protesta,
Gritaban con el
cuerpo por no cerrar la boca,
Por no ser sumisos
al silencio, a la muerte,
A esa basura de
dictador puesta arriba
Por la basura de
dictadores de arriba (de más arriba).
Aún existe gente
que se anima a un sapukái.
Aunque exista la
censura,
Aunque exista un
cierto y particular terrorismo.
Por más que la
mierda quiera ponernos en fila,
Ya sea como burros
o bajo cruces,
Aunque nos metan en
celdas o en manicomios...
El mundo se corrige
de a poco... pero se corrige.
Lo único rápido es
la muerte por la vida.
Cortan la lengua y
también las manos,
Pero mientras algo
del cuerpo siga latiendo,
Siempre, siempre habrá un sapukái.
Filadelfia, Chaco
paraguayo.
En colaboración con Miguel A.
Alarcón Romero, o sea, papá.
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